The NPD Group, Inc., una compañía de estudios de Mercado Americana, ha revelado en una reciente investigación que existe una tendencia al descenso en el número medio de comidas que los ciudadanos de EE. UU. realizan en restaurantes.
De hecho, esta tendencia se estaría acusando durante los últimos años.
Los datos que se barajan parten desde el inicio del milenio e incluyen información sobre el presente año. Mientras que la disminución de las comidas en negocios de restauración ya era patente en el año 2000, una vez que se llega a 2006 (fecha que muchos analistas económicos marcan como la antesala de la crisis financiera que asoló al mundo durante varios años) la gráfica gana pendiente.
En concreto, The NPD Group, Inc. señala que si el ciudadano medio comía en restaurantes 215 veces al año en el 2000, esa mismo persona solo lo haría 186 veces en 2018. La peor marca en las casi tres décadas de las que se disponen datos. Esta merma supone una reducción de algo más del 14%, por lo que tiene preocupados a muchos restauradores y profesionales implicados en el sector de la alimentación.
No así a los gerentes de supermercados, que por el contrario ven cómo el consumo en sus establecimiento tiende al aumento. Ciertamente parece existir una correlación inversa entre estos dos fenómenos.
Algunos analistas de mercado no han perdido el tiempo a la hora de ofrecer posibles explicaciones a las estadísticas observadas. El clima económico dantesco suele estar por medio.
Una de las más habituales se refiere a las cargas que sufren los jóvenes (y los no tan jóvenes) adultos de EE. UU. En la actualidad, un gran porcentaje de la población estadounidense ha recibido formación superior en alguna de las muchas universidades que existen en todo el territorio. Además de una mayor esperanza de encontrar trabajos altamente remuneradores (lo cual repercutiría en la riqueza del país y de sus ciudadanos), asistir a las clases impartidas en los campus supone sumergirse en deudas escolares.
Según datos de FRBNY Consumer Credit Panel, más de un cuarto de los estadounidenses menores de sesenta años tienen deuda escolar. Se trata de un desafío para una parte nada desdeñable de los ciudadanos, pues los montos a deber superan, de media, los 37 000 dólares.
Un cantidad que, sorprendentemente, era mucho menor a principios de milenio, cuando «tan solo suponía» 17 580 dólares de media. No hace falta echar cuentas para ver que la inflación no es el único factor que provoca este aumento. La realidad es que EE. UU. se prepara para una grave crisis, pues la deuda escolar acumulada está próximo a alcanzar el billón y medio de dólares.
Otro problema que impide que la economía sea la adecuada para comer o cenar fuera de casa es el estancamiento de los salarios. Los estadounidenses han perdido poder adquisitivo durante los últimos años. Las comparaciones en intervalos más amplios de tiempo resultan dolorosas, muchos trabajadores observan impotentes el deterioro que sufren sus sueldos cuando equiparan sus salarios con los que percibieron antaño sus padres o abuelos.
Y mientras tanto el coste de adquisición o alquiler se ha disparado. Los gastos en general son mucho mayores que décadas atrás. Las expectativas de lo que conforma una vida digna también se han ampliado…
Todo ello cocina la tormenta perfecta para que la mayoría de los millennials, centennials mayores de edad y algunos grupos demográficos de mayor edad no se puedan permitir comer en un restaurante tan habitualmente como antes. Hay que cuidar el bolsillo, la cartera y la cuenta del banco; y comer fuera de casa es un lujo prescindible que puede ser sustituido fácilmente comprando en tiendas de alimentación y preparando envases de comida en el hogar, si es que hay que llevar menú al trabajo.
Por otra parte, pese a los muchos esfuerzos que se dedican a aumentar la eficiencia en los restaurantes e incrementar los márgenes de beneficio sin subir el precio de los servicios en consecuencia, la realidad es que los restaurantes son cada vez más caros.
Esto es algo que no afecta únicamente a los establecimientos independientes, la restauración organizada también se ve afectada. Incluso las franquicias de comida rápida han sido testigos de cómo los precios escalaban en los últimos años; en gran medida por culpa de la subida de los salarios mínimos, asunto que ha causado marejada en muchos estados de EE. UU. durante los últimos meses y que algunos analistas defensores a ultranza del libre mercado ya vaticinaban que conllevaría consecuencias negativas.
Wendy’s, Shake Shak, Jack in the Box e incluso McDonald’s han tenido que elevar los precios para amortiguar el efecto de los nuevos salarios mínimos. Pese a que algunos lo han querido ocultar, la realidad es que iniciativas como Fight for $15 han jugado un papel importante. Para las empresas supone una carga adicional que hay que revertir a cualquier precio, ya sea actualizando los importes o apoyándose en las nuevas tecnologías para la restauración.
El exdirector de McDonalds, Ed Ransi, comentaba al respecto: «Si no puedes conseguir gente por un salario razonable, harás que las máquinas ejecuten el trabajo… Y cuanto más se fuerce [el salario mínimo de 15 dólares la hora], más rápido ocurrirá». Por supuesto, tal actuación resultaría en un uróboros, monstruoso y recursivo, en el que los desempleados contribuirían a su vez a agravar el problema de fondo: la mala salud de las carteras de la clase media.
Se tiene así un cóctel explosivo, consumidores con cargas inasumibles y precios de los restaurantes al alza. ¿Qué más puede pasar? Pues ni más ni menos que un cambio en las formas de consumo y en las costumbres de la población.
Este punto trae a la palestra otros dos problemas que están afectando a los restaurantes tradicionales.
Por un lado han surgido mil y un nichos especializados para los negocios de restauración. Estos no han nacido de la nada, han aparecido para cubrir las nuevas necesidades de la clientela. Restaurantes veganos, establecimientos ecológicos, comida kosher y un largo etcétera, cuyos locales roban clientes a los restaurantes de toda la vida al ofrecer servicios y productos personalizados que resuenan con el perfil de los nuevos consumidores.
Finalmente, muchos consumidores siguen usando los restaurantes para comer, simplemente no abandonan la comodidad de su hogar para sentarse en las mesas de sus salones. El reparto domiciliario de comida ha cambiado las reglas del juego, y los restaurantes que no se adaptan son justo los que perciben esa preocupante constricción del volumen de negocio. Al fin y al cabo en el sector servicios, la experiencia del usuario lo es todo.
Dado que es difícil, por no decir imposible, actuar sobre los efectos negativos de índole social o económico, lo mejor que pueden hacer los restauradores es conocer al detalle las nuevas tendencias en restauración que surgen y aprovecharlas al máximo. Solo así se puede sobrevivir en este negocio, siempre en constante cambio y evolución, pero sin previsiones de desaparición ni siquiera a largo plazo.