Si durante los últimos banquetes navideños han compartido mesa con las generaciones más jóvenes puede que esta estampa les sea familiar: móviles alzados, narices hundidas en las pantallas, reflejos casi fantasmagóricos sobre las faces y capacidad de respuesta comparable a la de un zombi.
Si esto les suena a chino, están de suerte, porque lejos de ser un fenómeno habitual, se ha convertido en una auténtica plaga que mina relaciones personales de todo tipo. Las copas con los compañeros de trabajo, las primeras citas y las reuniones familiares ya no son lo que eran.
Lo peor de todo es que pocas soluciones existen a este problema. En el caso de chavales en edad de recibir educación siempre se pueden prohibir los móviles cuando las circunstancias invitan a socializar. Pero… ¿Y cuando se trata de adultos?
Pues, también.
John Winterman, propietario del restaurante Batard situado en el barrio neoyorquino de Tribeca, lo tiene claro. La inspiración le llegó en un momento de tremenda frustración. Para aliviar su sentimiento, irónicamente, se dirigió a las redes sociales: «Empiezo a sentir que es responsabilidad del restaurador coger a la gente del pellejo y presentarlos ante sus acompañantes cuando tienen la nariz hundida en sus j****** teléfonos en la mesa».
John ha visto de todo: miembros de una familia que no hacen otra cosas sino jugar a videojuegos durante toda la comida, parejas celebrando su aniversario y que apenas intercambian dos o tres frases en el trascurso de varias horas… El acabose de las relaciones sociales.
El responsable del Batard no está solo. Comienzan a aparecer por doquier carteles que advierten sobre el uso de los móviles en el establecimiento. «Política antimóviles. Fuera de nuestras mesas en todo momento. Deben estar en modo silencio. Las llamadas telefónicas tendrán lugar en el exterior.», se lee en algunos carteles, mientras que otros optan por versiones más sucintas y directas: «Prohibidos los móviles. No tenemos wifi porque queremos que hablen».
Es el caso del restaurante japonés Auradaze, especializado en delicias niponas y ubicado en Royal Leamington Spa (Reino Unido). Darren Yates es el propietario y jefe de cocina, comentaba para The Independent sus motivos: «La razón detrás de ello [la prohibición] es que las dos horas que dura la comida y mientras se rompe una hogaza de pan, el énfasis debería ponerse en la conversación. La hora de comer es el momento más importante para la familia, para juntarse y hablar de cómo ha ido el día, no para atender el teléfono».
¿Pero hasta qué punto se puede hacer cumplir esta prohibición?
Darren solo apela a la buena voluntad de los comensales. Si hay una razón de imperiosa necesidad por la que los móviles hayan de ser atendidos, no hay problema. Así es en el caso de los paramédicos y conductores de ambulancias que frecuentan el Auradaze. Ellos tienen vía libre para usar sus terminales siempre y cuando los mantengan en modo silencio.
En otros establecimientos no son tan permisivos. En el Petit Jardin, una acogedora brasería de Marsella, se esfuerzan por recuperar la cordura (y los buenos modos) en la mesa. Si planeas visitar este restaurante has de saber que, en caso de que te pillen usando el teléfono móvil, los camareros usarán un silbato para, literalmente, pitarte una falta, sacarte tarjeta amarilla y someterte al juicio de la clientela presente. Una suerte de escarnio público para aquellos que incumplan la política antimóviles del establecimiento que, dicho sea de paso, les está funcionando realmente bien.
Algunos negocios han ido incluso más allá. No hay prohibiciones, pero sí una comisión por el uso del móvil dentro del local. Es el caso del Bizarro Italian Café de Seattle (EE. UU.) donde contestar al celular incurre en un sobrecoste de cinco dólares. La penalización está claramente orientada a mejorar el ambiente del lugar, pero no se puede negar que es también una ingeniosa fuente de ingresos adicionales. ¿O tal vez no sea así? La realidad es que en el Bizarro Italian Café nunca cobran esta multa, la tarifa, claramente visible en una pizarra, es una mera medida disuasoria. O «una broma» según puntualiza Jodi-Paul Wooster, dueño de la cafetería.
Y volviendo a Nueva York, el fascinante Carthage Must Be Destroyed de Brooklyn no permite siquiera sacar la cámara de fotos. Su estética única es una gran reclamo para las comunidades hipsters de la gran urbe, si la red estuviera plagada de fotos del restaurante perdería el aura de misterio que lo rodea y en la que reside su éxito.
Es evidente que a los restauradores no les incomoda la idea de prohibir los dispositivos móviles en sus templos del buen comer. Sin embargo queda una cuestión sin resolver, ¿qué opinan los clientes?
En el caso del Carthage Must Be Destroyed, muy celoso con el cumplimiento de su normativa interna, algunas reseñas de Yelp ilustran perfectamente el sentimiento imperante. Un huésped potterhead indica: «Esta es la versión restaurante de la oficina de Umbridge. Decoración a base de volantes rosas y una cantidad infernal de normas. Me regañaron en tres ocasiones durante mis primeros 15 minutos de estancia». «Me gritaron», «Chillaron», «Soltaron improperios», «Se enfurecieron», rezan otros comentarios…
¿Se pueden hacer las cosas mejor?
Sí, sin duda. Prohibir los móviles de forma directa causa una gran fricción con la clientela. Otros locales están experimentando con estrategias orientadas a mejorar la experiencia de usuario.
El Contact Bar and Kitchen de Sidney (Australia), por ejemplo, emplea una aproximación mucho más sutil y satisfactoria. Aquellos visitantes que estén dispuestos a abandonar sus móviles a la entrada serán obsequiados con una copa de vino que correrá a cuenta de la casa. Según Markus Stauder, esta medida es aplaudida por la totalidad de los comensales.
Para el propietario, ser intransigente en lo que respecta al uso de telefonía en las instalaciones puede traer consecuencias nefastas. La cafetería Lion & Bright de Halifax (Canadá) recibió el azote de las RRSS el año pasado cuando implementaron restricciones en el uso de electrónica de consumo: «Apaguen sus pantallas, ¡conozcan a sus vecinos! El Lion & Bright estará libre de pantallas a partir de las cinco de la tarde cada día». La respuesta de algunos internautas fue clara como el agua: «Bueno, ya sé donde no ir. Puedo gestionar mi uso de los aparatos, ser una persona social y entablar relaciones con la gente sin que otros se inmiscuyan».
Mientras la conveniencia de prohibir los móviles en los restaurantes es discutida entre profesionales, algunas realidades comienzan a asomar entre la maraña de pantallas deslumbrantes.
En la bulliciosa ciudad de Nueva York algunos gerentes han detectado que el uso generalizado de los móviles ha ralentizado al personal de camarería. Tomar nota de la comida deseada requiere el doble de tiempo respecto a 2004.
Del mismo estudio se desprende que, aunque el tiempo medio que cada comensal ocupa una mesa ha aumentado en un 76.92%, el consumo que se realiza en ese tiempo ha permanecido inalterado.
Una publicación científica realizada en el Journal of Experimental Social Psychology demuestra además que la presencia de móviles disminuye la satisfacción del consumidor e impide que se disfrute plenamente de la experiencia.
Finalmente, existen evidencias de que reducir el uso del móvil (y a efectos prácticos, otras distracciones digitales) puede aumentar el volumen de negocio ponderado por persona.
Este tipo de prohibiciones o medidas contra el uso de los terminales se están extendiendo rápidamente pese a las reacciones negativas de algunos individuos y las quejas emitidas en la red. Y según vemos en estos últimos párrafos, puede que haya algo más que buenas intenciones tras la aplicación de una política antimóviles inapelable.