Hace unos años el famoso youtuber e influencer de EE. UU., CaseyNeistat, sacaba a la palestra un vídeo en el que criticaba que los envases de comida no tenían la información calórica real, hecho que clamaba al cielo en un país en el que la obesidad campa rampante y se califica como la epidemia del siglo XXI.
Aunque el vídeo en cuestión se hizo viral en YouTube y otras plataformas en poco tiempo, la realidad es que ha tenido muy poco calado, ya que un informe realizado hace pocos meses ha desvelado que los esfuerzos del Affordable Care Act, el paquete de leyes que pretende proteger a los estadounidenses del exceso de calorías consumidas en sus comidas cotidianas, no está teniendo el efecto que debiera.
La realidad es que la gran mayoría de los ciudadanos de EE. UU. no se preocupan en lo más mínimo a la hora de elegir sus productos de alimentación favoritos. Y, por supuesto, estos productos por los que muestran especial predilección no son frutas, verduras, hortalizas y demás ingredientes del campo. No. Hablamos de alimentos ultraprocesados como cereales repletos de azúcares añadidos, bollería industrial con grasas saturadas y demás comida poco saludable que se puede adquirir en los mercados de la gran nación a un precio de chiste.
Por suerte, todo esto podría ser historia en un corto plazo de tiempo.
De acuerdo a los hallazgos de un equipo de investigadores compuesto por Steven Dallas de la Universidad de Nueva York, Peggy Liu de la Universidad de Pittsburgh y Peter Ubel de la Universidad Duke, se ha descubierto que un cambio de diseño en el etiquetado calórico podría ayudar en la lucha contra la obesidad que se libra actualmente en Occidente.
La idea es simple: si la información calórica aparece a la izquierda del nombre del producto, está es recibida de forma crítica por el cerebro humano y por lo tanto genera un estímulo que motiva el cambio en el comportamiento de consumo del consumidor.
En el estudio realizado por el equipo multidisciplinar de científicos se midieron las respuestas generadas por diferentes tipos de etiquetados calóricas con 150 participantes de diferentes segmentos demográficos.
La prueba fue simple: un grupo recibió productos sin etiquetado calórico, a otro grupo se le dieron ítems con el etiquetado a la derecha y un último grupo dispuso de artículos con etiquetado a la izquierda. Los dos primeros grupos tuvieron idénticos comportamientos, poniendo de manifiesto que el etiquetado actual no funciona.
No obstante, lo sorprendente fue el resultado obtenido en el grupo que tenía ítems con etiquetado calórico a la izquierda. Un 24.4 por ciento de los participantes de este grupo optaron por un consumo calórico menor.
Posteriormente este estudio pionero que podría transformar el etiquetado de los alimentos tal y como lo conocemos ahora ha sido confirmado por otro análisis independiente. Lejos de refutar este extraño comportamiento, una encuesta online realizada con 300 internautas reafirmó las conclusiones obtenidas en el estudio original.
Entonces… ¿Por qué una última prueba con 250 hebreos resultó negativa? Bueno, la razón es que la posición absoluta no es relevante, el éxito depende de la posición relativa respecto al orden de lectura.
La mente humana es imperfecta, y tiene una tendencia a interpretar como más importante aquello que ve en primera instancia; de ahí viene el dicho popular: la primera impresión es la más importante. En el caso de los hebreos, que leen de derecha a izquierda, el etiquetado a la derecha sí que tuvo un efecto cuantificable, y de entidad similar al de las otras pesquisas.
El sector privado, así como los gobiernos locales y estatales de EE. UU., ya se han interesado por la novedad. De momento se planean nuevos estudios con mayores volúmenes de participantes. Si no hay lugar a dudas, cabe esperar que se propicien cambios en el etiquetado de los envases para ayudar a que la población de Estados Unidos lleve una dieta más saludable.