Predecir el futuro es algo tremendamente difícil si no dispones de una bola de cristal o poderes especiales con los que puedas anticiparte a los acontecimientos que están por llegar. Pero el olfato que dan muchos años viendo cómo las cosas van cambiando, de estar al tanto de las tendencias que triunfan (y también de aquellas que se quedan en el camino) y sobretodo, de compartir información con gente inquieta y curiosa, permite visualizar algo que se parece al futuro, o por lo menos, tiene toda la pinta de ser por donde van a ir las cosas.
El presente ya lo conocemos: la era del “fork and pillow” ha llegado. Con la explosión de la gastronomía, la democratización del buen comer y una nueva cultura social más hedonista, la mesa -con sus manteles, cuberterías, cristalería, vajillas, emplatados a lo Instagram-style y los chefs con o sin tatuajes, con o sin oficio, autodidactas o de escuela, tradicionales o vanguardistas, mediáticos o anónimos…- es una de las experiencias efímeras más exitosas del catálogo de actividades de ocio de cualquier país moderno.
Este protagonismo, y su capacidad como fuerza económica, ha hecho que muchos hoteles hayan girado la cabeza en los últimos años para incorporar a sus instalaciones una oferta gastronómica con la que captar a este nuevo cliente que encuentra en el placer de la gastronomía, una inevitable motivación para la elección de sus noches de sábado, sus encuentros domingueros, un viaje de fin de semana o las vacaciones de verano.

Los hoteleros han descubierto que el restaurante del hotel tiene unas infinitas posibilidades de atracción fatal para los clientes. En este nuevo espacio pueden realizar co-branding con otros chefs, dar variedad con los cambios de producto de temporada, organizar encuentros alrededor de una figura de prestigio o ser parte de la ruta de peregrinaje de foodies e influencers para ganarse un puesto en el paisaje, cada vez más competitivo, de las guías de recomendados.
Y los más despiertos (y con mejores posibilidades financieras para llevar a cabo la inversión que supone la transformación de un “restaurante de hotel” en un “restaurante gastro”), han dado un paso más. Viendo las grandes ventajas de sumar gastronomía a su oferta, se han lanzado a convertir cualquier espacio de su instalación en un foco foodie. Así vemos últimamente lobbys convertidos en barras casual, rincones remodelados como coctelerías con su carta de snaks, salones dedicados al pop-up –último culto a lo efímero de la experiencia gastronómica- o restyling de bares y cafeterías llevados a gastrobares.

En el “fork and pillow”, el fork se convierte en el centro del business. Y así, muchos hoteles invierten esfuerzos en pasar de ser un hotel con restaurante a un destino gastronómico donde también puedes dormir. La geografía que presentan las guías de referencia, sitúan en nuestro territorio cada vez más establecimientos pequeños de este tipo. Sin duda, es una tendencia que se consolida y que va a evolucionar el negocio de la hostelería hacia una mejor comunión entre camas y mesas.
Pero, ¿y el futuro? Cuando (casi) todos los hoteles tengan su chef, sus cartas maravillosas, su restaurante como gancho…¿cuál será la nueva tendencia? Habrá que reinventarse, por supuesto. Habrá que volver a innovar, volver a salir al mercado con novedades que sorprendan al cliente.
Y ese nuevo paso será la (re)evolución de las habitaciones. El confort va a ser un concepto sobrevalorado, creedme. Cuando todos disponemos en casa de colchones de gran calidad, de pantalla en la habitación, climatización personalizada y elementos de domótica cada vez más presentes en nuestro entorno doméstico… ¿quién va a valorar ese confort a la hora de elegir entre miles de hoteles que ofrecen lo mismo?
La revolución del alojamiento vendrá por la capacidad de generar experiencias. Imagina un hotel con una planta-acuario, en la que nadan peces tropicales y con cubos de cristal como habitaciones. Imagina un entorno de realidad virtual donde puedas vivir experiencias personalizadas dentro de 20m2. Imagina un espacio donde puedas flotar, como si un mago te hiciese levitar, sin gravedad y con una estimulación sensorial que recupera tu cuerpo y alma en un nirvana sideral.

¿Quién va a valorar una cama King Size entonces?
Por supuesto que los hoteles tradicionales seguirán teniendo un espacio, al igual que lo siguen teniendo los restaurantes de menú semanal. Pero el objeto de deseo, al igual que ahora lo son aquellos restaurantes que buscan la diferencia trabajando técnicas, productos o modelos más atractivos, será el hotel que ofrezca experiencias en las habitaciones. Aquel que sea capaz de sorprender con vivencias que no podemos replicar en ningún otro sitio.
La hostelería es muchas cosas, sirve a muchos propósitos. Dar de comer al hambriento y techo al viajero, ser el espacio de encuentro para hacer negocios o celebrar la vida, ser cómplice de amantes y testigo de recién casados. Pero la hostelería bonita, aquella que roba el corazón es la que se convierte en una fábrica de sueños.
La que construyeron los hermanos Roca a partir de un bar de barrio, la que llevó a Blumenthal a conseguir una estrella Michelin en un pub, a la que inspiró a Ferran Adrià a influenciar a varias generaciones de cocineros. La que inventó Cesar Ritz de la mano de Escoffier o la que hoy mismo, ya inventan miles de diseñadores, arquitectos o ingenieros en sus cabezas y que pronto, tecnología mediante, pasará de ser un sueño a una realidad. Esa realidad que ve mi bola de cristal.