Comer una sabrosa hamburguesa estilo americano en el restaurante Yard House, no solo te da la oportunidad de disfrutar de unas maravillosas vistas al muelle de Long Beach, California. Sino que además, te sumerge en un ruidoso bullicio de gente joven y de innumerables razas y estilos.
En un ambiente tan variopinto como este, a uno le da que pensar que no todas las culturas experimentan los celos de la misma forma y en la misma intensidad. Pero en la civilización occidental, este sentimiento está ligado a ciertos comportamientos y situaciones íntimas que un miembro de la pareja no debe hacer, en teoría, con terceras personas.
Almorzar o cenar en un restaurante como Yard House es, definitivamente, una de esas cosas que no se deben hacer a solas con nadie que no sea nuestra pareja. Puede que la situación sea totalmente inofensiva, pero muchas relaciones sentimentales se resienten por cosas como esa.

Los restaurantes: una intimidad especial
Los restaurantes, ya estén en California, Nueva York, Barcelona o Madrid, son espacios que invitan al disfrute mediante todos los sentidos. Apelan a esa ancestral necesidad gregaria de los humanos, de unirse para cazar y para compartir la comida. A ese ritual de fortalecimiento y consolidación tribal que supone alimentarnos juntos.
Al contrario de lo que puede suceder en un cine, el lugar concebido para el romanticismo por excelencia hasta ahora, los restaurantes están trasladando su objetivo más allá de ofrecer simples menús con comida para llenar el estómago. Hoy en un restaurante vas a encontrar una experiencia, con un servicio empático, acompañado de un conjunto decorativo y ambiental capaz de transportarnos a otra dimensión. El último lugar en el que actualmente querríamos ver una cita de nuestra pareja con un ex.

Porque un momento en un restaurante es algo para compartir, sobre todo, con nuestra pareja. Por eso, es normal que nuestra media naranja no se lo tome muy bien si, por ejemplo, viajamos a Nueva York y no compartimos con ella la experiencia de cenar en el Mr Purple mientras contemplamos el skyline más mítico del mundo. O si estando en Buenos Aires llevamos al iLatina a una antigua pareja.
Casual versus íntimo
Algunos estudios sociológicos, en especial uno realizado por Kevin Kniffin y Brian Wansink, aseguran que los celos en la pareja se desencadenan con mucha más fuerza si uno de sus integrantes descubre que el otro ha quedado para comer o cenar en un restaurante con un o una ex, que si, por ejemplo, se entera que se han reunido para tomar café.
La clave parece estar en que reunirse en una cafetería, por la mañana o a primera hora de la tarde, resulta algo mucho más casual que citarse para comer o cenar. Estas dos últimas opciones son mucho más íntimas y están consideradas como potencialmente más peligrosas para la mayoría de las parejas. Detrás del hecho de una cita en un restaurante parece subyacer el deseo de disfrutar de intimidad, cierta privacidad y complicidad, con una música, iluminación y atmósfera determinada.
En un restaurante, los códigos de conducta son diferentes a los de una cafetería, al igual que suele ser la finalidad con la que acudimos a cada uno de estos establecimientos.

El romanticismo de los restaurantes
Los resultados del citado estudio tienen una doble lectura. Reservar mesa con un acompañante que no es nuestra pareja, es nocivo para una relación, pero hacerlo con ella puede aumentar las cotas de romanticismo y conexión.
Probar una cena en el Torre de Alta Mar, en Barcelona, con sus maravillosas vistas, o en el Jardín de Orfila, en Madrid, pueden ser las propuestas que una relación de pareja necesita para dar un nuevo salto cualitativo.
La cuestión tanto en un restaurante como en las relaciones de pareja, es verbalizar nuestros deseos, decir lo que queremos, lo que nos gusta y hacer lo posible por obtenerlo. En una época en que muchas personas parecen contentarse con dejar que algunas cosas permanezcan en estado de indefinición durante meses o incluso años, de nosotros depende definirlas.